El nacionalismo se cura viajando.
Polémica como pocas esta frase de Don Pío. Habrá quien niegue la mayor (que el nacionalismo sea una enfermedad) y quien por el contrario lo considere el peor cáncer del tejido social. No se trata aquí de discernir lo acertado de una u otra versión, ni de calificar el contenido de la frase en su contexto o fuera de él. Exégetas no han de faltar que interpreten significante y significado.
Personalmente coincido con Luis Pancorbo, director de la serie documental Otros pueblos, quien en un artículo escribía que a ciertas edades tempranas, conviene salir de casa para ir tejiendo una idea plural de la vida que puede tener inmejorables consecuencias. [...] la pluralidad humana se ve y se valora mejor en persona que a través de un cuento. El viajero disfruta moviéndose, conociendo el mundo y sus gentes, sintiéndolo y oliéndolo. Y, si a veces lo pasa mal, puede reconvertir sus vivencias ingratas en avisos al navegante. Se curte en la vida, algo que es bastante sinónimo de viajar.
Según mi experiencia, cualquiera que salga de su terruño más de una o dos semanas, enseguida verá derrumbarse los tópicos sobre gentes y lugares. La diversidad cultural es una riqueza de la raza humana y un recurso de primer orden para el turismo (casi al nivel del clima y el paisaje). Por el contrario, la utilización de la propia idiosincrasia como escudo ante el otro es éticamente inaceptable y turísticamente contraproducente, tanto por parte del nativo como del recién llegado.
A nivel planetario, la globalización, uniformadora en aras de la eficiencia, no constituye una reacción contra el nacionalismo en sus diversas formas, sino la exacerbación del librecambismo injusto que está ahogando a los desfavorecidos. El turismo, en tanto que vehículo de intercambio y conocimiento mutuo, puede y debe ser instrumento para el mejor entendimiento entre las personas. Así, por ejemplo, lo propugna la OMT.
Ojalá se imponga alguna vez la razón sobre la cerrazón.
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