Así reza el famoso lema de la cadena hotelera Ritz-Carlton. Al margen de posibles matices elitistas y de su concepto de calidad hotelera, la frase encierra un loable espíritu de valoración de los empleados.
Ignoro si esta empresa desarrolla lo que sugiere su divisa, pero es evidente que en términos generales la situación no resulta tan ideal. Los trabajadores del sector no reciben la consideración social a la que aspiran, ni ven recompensada la dedicación y sacrificio que su profesión, salvo raras excepciones, les exige. La heterogeneidad del colectivo que desempeña las labores hosteleras no facilita la situación: junto a quien estudia para hacerlas su profesión están los estudiantes de cualquier otra materia que sacan un dinerillo en la temporada de verano; por ejemplo.
En el otro lado, los empresarios, a través de sus asociaciones y de los medios de comunicación, se quejan reiteradamente por la falta de cualificación del personal, tanto en regiones turísticas consolidadas como en las emergentes. El remedio: pedir cupos de inmigrantes preparados o para instruirles en destino y cubrir de ese modo los puestos.